De espacios verdes a reservas urbanas, ¿asumimos el desafío?
- Vanesa Cancela - Evangelina Vettese
- 15 ene 2016
- 4 Min. de lectura
En nuestro pueblo existen varios espacios verdes: plazas, bulevares, costaneras y lagunas. Vamos a empezar esta nota definiendo qué entendemos como espacios verdes. Se trata de un ambiente equilibrado con un microclima propio, no hablamos solamente del lugar que ocupan, sino también de todo lo que sucede dentro de ellos. Desde el punto de vista social, son espacios públicos que funcionan como ordenadores urbanos. Brindan, por ejemplo, calidad visual; protección y abrigo contra factores climáticos y polución ambiental; mejoras en la calidad de vida; alternativas de turismo; lugares de entretenimiento, encuentro y descanso. Además, en el aspecto ambiental, mantienen en buen estado los procesos ecológicos, como el suministro y la regulación del agua y la calidad del suelo; también conservan la flora y la fauna silvestre, que se diferencian de las especies domésticas, justamente por ser nativas del lugar.
Ahora, si definimos las reservas urbanas, podríamos decir que son áreas protegidas, conservadas y manejadas por el hombre que, además de proporcionarnos los servicios de un espacio verde, tienen como propósito la investigación, la preservación de la biodiversidad, el mantenimiento de servicios ambientales, la protección y el uso sostenible de los recursos naturales y culturales, el mantenimiento de los atributos culturales tradicionales, la educación, el turismo y la recreación.
Percibimos que la diferencia entre uno y otro concepto radica en el nivel de participación ciudadana, entendido como un proceso esencialmente político de desarrollo sustentable, basado en la toma de decisiones concretas entre diferentes actores. En el caso de El Chaltén, participarían en el ordenamiento territorial de nuestro pueblo los representantes municipales, los vecinos, los comerciantes, los educadores, los científicos, los técnicos, etcétera.
Se preguntarán, ¿adónde queremos llegar con este planteo?
Consideramos que un adecuado ordenamiento territorial es posible y necesario, mediante una zonificación de las áreas que oriente, distribuya y regule los usos y las actividades admitidas según los objetivos que como sociedad decidamos disponer.
Para que aumente la eficacia y la eficiencia de dicho ordenamiento, es necesario apoyarse en una sólida evaluación de las consecuencias de la transformación humana sobre el ambiente, de la economía, de la sociedad y de los valores culturales. Se debe aportar una apropiada descripción del espacio que se va a intervenir y consensuar las decisiones de manera justa y equitativa, considerando las necesidades y criterios de todos los actores antes mencionados.
Sin dudas, es un desafío que tenemos que afrontar como sociedad y como nuevo municipio. Afortunadamente, para lograrlo tenemos a nuestro alcance las herramientas que nos proporciona el llamado Enfoque Ecosistémico, una estrategia integral y proactiva para el manejo de recursos que promueve la conservación y el uso sostenible de forma equitativa. Concibe al hombre, su sociedad y su cultura, como componentes de los ecosistemas, rompiendo con la separación conceptual y metodológica prevaleciente entre sociedad y naturaleza.
A la hora de aplicar este enfoque, disponemos de una serie de premisas sociales, económicas, culturales, ecológicas y biológicas que toman relevancia a escala local, tales como:
La elección de los objetivos de gestión de los recursos debe quedar en manos de la sociedad y dicha gestión debe ser descentralizada. Esto aportaría mayor eficacia y eficiencia e implicaría mayor participación ciudadana, al mismo tiempo que los actores percibirían que sus intereses particulares tanto sociales, económicos como culturales (ambientales), estarían equitativamente contemplados junto con el interés público general, ya que –en este enfoque– ninguno es más importante que el otro.
Se debe considerar también la gestión y los posibles beneficios aportados por los ecosistemas dentro del contexto económico productivo en el que estamos inmersos, debido a que una de las principales amenazas para la biodiversidad es la pérdida de hábitats por la reconversión en los usos de la tierra por otros aparentemente más rentables. Por ejemplo, a la hora de generar circuitos turísticos en los espacios verdes, que nos permitirían obtener ventajas en cuanto a la concientización, el turismo y los ingresos económicos a largo plazo, debemos considerar los impactos sobre la biodiversidad y sus servicios, para no infravalorar los sistemas naturales en buen estado y evitar convertirlos en sistemas menos diversos persiguiendo sólo el beneficio a corto plazo.
Asimismo, los ecosistemas deben gestionarse dentro de los límites de su funcionamiento, evitando producir cambios definitivos, como podrían ser rellenos o loteos en áreas vinculadas a cuerpos de agua, que en nuestro pueblo funcionan como reguladores de posibles inundaciones. Es decir, este enfoque propone procurar el equilibrio y la integración entre la conservación y la utilización de la biodiversidad, para que estos cambios, que asumimos como inevitables, no sean irreversibles y terminen perjudicándonos.
Por último, debemos tener en cuenta todos los tipos de información disponible: las prácticas ancestrales, las innovaciones y los usos de las más variadas fuentes.
En síntesis, el desafío es terminar con la dicotomía protegido – no protegido y adoptar una modalidad de uso racional de este recurso que nos pertenece a todos, fomentando la intervención de todos los sectores sociales en todos los niveles de gestión. Si bien representa un beneficio, también conlleva un determinado grado de responsabilidad que nos obliga a participar de forma activa en los procesos de toma de decisiones y en su implementación como parte de la gestión, el desarrollo y los resultados de ese proceso sinérgicamente enriquecedor.
Entonces, como decíamos al principio, la diferencia radica en el nivel de participación y compromiso que cada uno de nosotros quiera asumir en el ordenamiento territorial de los espacios verdes de nuestro pueblo; en dejar de verlos como algo ajeno a nosotros que esta ahí sólo para servirnos y empezar a entender que somos una parte con capacidad de intervención, uso y mejoramiento y que, a la vez, nos retroalimentamos y beneficiamos con este ejercicio neto de participación ciudadana.
Con esta nota pretendemos difundir información técnica sobre la gestión de espacios verdes, para la cual es necesario crear la capacidad en todos los actores de la comunidad de valorar adecuadamente los bienes y servicios ambientales, a fin de asegurar la cooperación intersectorial y mejorar nuestra calidad de vida.

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